jueves, 29 de marzo de 2012

Testamento sin tiempo más allá de la muerte


Mi maestro dice que los cuentos deben tener: “introducción”, “nudo” y “desenlace”. Eso parecía sencillo, pero cada vez que intentaba hacer un cuento los personajes me daban nostalgia y un poco de pena, no quería, por su bien, que sus vidas -siempre interesantísimas- fueran cortadas de tajo al terminar el “desenlace”; así que continuaba escribiendo, cualquier cosa, solo para saber el verdadero final de aquellos personajes, pero terminaba siendo un cuento extraño y muy largo, a veces ni siquiera entendía cual era la intensión del cuento o de que trataba, no me divertían, los personajes siempre acababan muertos o de viejitos, el tiempo no los perdonaba. Ya no quise escribir cuentos, prefería leerlos o que me los leyeran antes de dormir; me gustaba uno que decía algo sobre una guerra sobre dioses y hombres, algunos eran semidioses, estaba escrito de forma chistosa, pero se entendían las batallas -que era lo que mas me gustaba-; en la historia los dioses se parecen a mi hermano menor; siempre llorando por algo y traviesos. Me daba envidia y suspiraba por aquel cuento, muy largo pero muy bonito, soñaba que yo iba por aquel campo de batalla ganando fama, honores y armaduras de mis enemigos, matado hombres con mi caballo y mi espada, quería ser como el Pélida Alquiles o el gigante Áyax Telamonio, pero al final sentía un poco de tristeza porque a la mayoría de mis héroes favoritos les esperaba un futuro como el los que yo escribía; muertos y si tenían suerte de viejitos, me hacia sentir que al fin al cabo la guerra y sus aventuras en esta no tenían sentido, la guerra no tenía sentido; le dije esto a mi madre y me explicó algo sobre el escritor de este cuento, no le entendí muy bien pero si entendí algo; que los escritores escriben por algo, la sensación de que mi sangre hervía como la de aquellos guerreros y la tristeza que sentía eran algo que el escritor quería que sintiésemos, lo importante no eran los personajes sino lo que representaban, el valor que le dábamos a cada uno era personal, pero había algo real que no se podía alterar, una verdad oculta tras las enormes emociones que nos hacía sentir ese cuento. Pero, ¿tenía yo, algo que escribir, tenía algo que decir, algo que hacer sentir o quizá solo me interesaban los personajes? Me dio miedo escribir, mas miedo me dio leer, soy demasiado ignorante, a veces no entiendo lo que leo, así que lo leo muchas veces para entenderlo, pero soy muy tonto, no lo entiendo, “es que lees cosas difíciles de leer” dice mi madre. Busqué libros sencillos, pero en cuanto leía una palabra que no entendía significaba para mí, que yo no era digno de leerlo, estudiaba mucho, quería entender todas las palabras, todas las oraciones. Llegó -un día- a mí, un libro “el viejo y el mar”, al leerlo me dejé de complejos porque no me acordaba de ellos; el libro era tan atrayente y la historia me absorbía como con la de los dioses, y el personaje era increíble; un viejo derrotándolo todo, me reía de mí, los viejos también están vivos, qué si se morían, qué si son viejos, lo lograrían todo, “los viejos no son tan aburridos” pensé, quería hacerme viejo y pronto para tener la experiencia y la fuerza de toda una vida, y después enfrentarme al mundo; cada día sería una lucha y si al día siguiente no moría otra lucha tendría que librar. El mundo era de un color distinto con cada libro diferente. Quería leer todos los libros, la biblioteca era un templo infinito, un libro, un mundo; entonces otra pregunta venía a mi cabeza: ¿cuál era mi mundo, qué realidad podía escribir? Quizá alguien ya la ha escrito, no hay necesidad de escribir más, leer, eso es lo que hace falta. El tiempo no perdona y envejecí, continué con la idea de que no había necesidad de escribir, que alguien mas lo había hecho por mí, así que seguí leyendo, con frecuencia, pero no pasaba nada, había algo que faltaba, tal vez no buscaba en los anaqueles correctos, tal vez no buscaba en la biblioteca correcta, algo faltaba; no me encontraba, por eso es que no encontraba el libro que buscaba; seguí envejeciendo, y las preguntas se hicieron cada vez menos frecuentes, yo sabía lo que sucedía, faltaba mi historia, pero me sentía avergonzado, un viejo medio ciego intentando escribir, a estas alturas qué caso tenía y desistía, pero faltaba algo: mi historia, por lo menos lo intentaría. Las computadoras me son útiles son fáciles de manejar, pero mi vista empeora a cada momento, mi nieta que tiene trece años, tiene una coordinación excepcional con lo que respecta en las computadoras; le he pedido escriba esto por mí, la verdad es que al final de mi vida escribí por primera vez sin miedo, escribiendo para mí, solo para mí, de vez en cuando se me sale lo moralista, lo juicioso, lo gracioso, lo critico, pero no siempre es necesario, a veces lo único necesario es lo sincero. Este será mi último y tal vez el único escrito mio que quede, espero que alguien lo lea y se identifique con él, que le provoque leer más y que sin temor a la pluma o al computador se digne a escribir. Hasta pronto, espero reconocerlos en alguna lectura que me haga mi nieta como hacia mi madre, ya que yo no puedo leer, ella se digna a leerme. El oficio de escritor es solitario pero no tanto como creen. Dejo todo a mi hijo, sé que él sabrá hacer bien con lo poco que he logrado. Me despido de todos, adiós.

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