Mi
maestro dice que los cuentos deben tener: “introducción”, “nudo” y “desenlace”.
Eso parecía sencillo, pero cada vez que intentaba hacer un cuento los
personajes me daban nostalgia y un poco de pena, no quería, por su bien, que
sus vidas -siempre interesantísimas- fueran cortadas de tajo al terminar el
“desenlace”; así que continuaba escribiendo, cualquier cosa, solo para saber el
verdadero final de aquellos personajes, pero terminaba siendo un cuento extraño
y muy largo, a veces ni siquiera entendía cual era la intensión del cuento o de
que trataba, no me divertían, los personajes siempre acababan muertos o de
viejitos, el tiempo no los perdonaba. Ya no quise escribir cuentos, prefería
leerlos o que me los leyeran antes de dormir; me gustaba uno que decía algo
sobre una guerra sobre dioses y hombres, algunos eran semidioses, estaba
escrito de forma chistosa, pero se entendían las batallas -que era lo que mas
me gustaba-; en la historia los dioses se parecen a mi hermano menor; siempre
llorando por algo y traviesos. Me daba envidia y suspiraba por aquel cuento,
muy largo pero muy bonito, soñaba que yo iba por aquel campo de batalla ganando
fama, honores y armaduras de mis enemigos, matado hombres con mi caballo y mi
espada, quería ser como el Pélida Alquiles o el gigante Áyax Telamonio, pero al
final sentía un poco de tristeza porque a la mayoría de mis héroes favoritos
les esperaba un futuro como el los que yo escribía; muertos y si tenían suerte
de viejitos, me hacia sentir que al fin al cabo la guerra y sus aventuras en
esta no tenían sentido, la guerra no tenía sentido; le dije esto a mi madre y
me explicó algo sobre el escritor de este cuento, no le entendí muy bien pero
si entendí algo; que los escritores escriben por algo, la sensación de que mi
sangre hervía como la de aquellos guerreros y la tristeza que sentía eran algo
que el escritor quería que sintiésemos, lo importante no eran los personajes
sino lo que representaban, el valor que le dábamos a cada uno era personal,
pero había algo real que no se podía alterar, una verdad oculta tras las
enormes emociones que nos hacía sentir ese cuento. Pero, ¿tenía yo, algo que
escribir, tenía algo que decir, algo que hacer sentir o quizá solo me
interesaban los personajes? Me dio miedo escribir, mas miedo me dio leer, soy
demasiado ignorante, a veces no entiendo lo que leo, así que lo leo muchas
veces para entenderlo, pero soy muy tonto, no lo entiendo, “es que lees cosas
difíciles de leer” dice mi madre. Busqué libros sencillos, pero en cuanto leía
una palabra que no entendía significaba para mí, que yo no era digno de leerlo,
estudiaba mucho, quería entender todas las palabras, todas las oraciones. Llegó
-un día- a mí, un libro “el viejo y el mar”, al leerlo me dejé de complejos
porque no me acordaba de ellos; el libro era tan atrayente y la historia me
absorbía como con la de los dioses, y el personaje era increíble; un viejo
derrotándolo todo, me reía de mí, los viejos también están vivos, qué si se
morían, qué si son viejos, lo lograrían todo, “los viejos no son tan aburridos”
pensé, quería hacerme viejo y pronto para tener la experiencia y la fuerza de
toda una vida, y después enfrentarme al mundo; cada día sería una lucha y si al
día siguiente no moría otra lucha tendría que librar. El mundo era de un color
distinto con cada libro diferente. Quería leer todos los libros, la biblioteca
era un templo infinito, un libro, un mundo; entonces otra pregunta venía a mi
cabeza: ¿cuál era mi mundo, qué realidad podía escribir? Quizá alguien ya la ha
escrito, no hay necesidad de escribir más, leer, eso es lo que hace falta. El
tiempo no perdona y envejecí, continué con la idea de que no había necesidad de
escribir, que alguien mas lo había hecho por mí, así que seguí leyendo, con
frecuencia, pero no pasaba nada, había algo que faltaba, tal vez no buscaba en
los anaqueles correctos, tal vez no buscaba en la biblioteca correcta, algo
faltaba; no me encontraba, por eso es que no encontraba el libro que buscaba;
seguí envejeciendo, y las preguntas se hicieron cada vez menos frecuentes, yo
sabía lo que sucedía, faltaba mi historia, pero me sentía avergonzado, un viejo
medio ciego intentando escribir, a estas alturas qué caso tenía y desistía,
pero faltaba algo: mi historia, por lo menos lo intentaría. Las computadoras me
son útiles son fáciles de manejar, pero mi vista empeora a cada momento, mi
nieta que tiene trece años, tiene una coordinación excepcional con lo que respecta
en las computadoras; le he pedido escriba esto por mí, la verdad es que al
final de mi vida escribí por primera vez sin miedo, escribiendo para mí, solo
para mí, de vez en cuando se me sale lo moralista, lo juicioso, lo gracioso, lo
critico, pero no siempre es necesario, a veces lo único necesario es lo
sincero. Este será mi último y tal vez el único escrito mio que quede, espero
que alguien lo lea y se identifique con él, que le provoque leer más y que sin
temor a la pluma o al computador se digne a escribir. Hasta pronto, espero
reconocerlos en alguna lectura que me haga mi nieta como hacia mi madre, ya que
yo no puedo leer, ella se digna a leerme. El oficio de escritor es solitario
pero no tanto como creen. Dejo todo a mi hijo, sé que él sabrá hacer bien con
lo poco que he logrado. Me despido de todos, adiós.
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