lunes, 17 de enero de 2011

Luz de Flor / Buganvilia

Buganvilia
Dedicado a la influenza que
atacó al Distrito federal.

    Algunos lo recuerdan. La enfermedad llego un viernes. No llego en la mañana, no quería despertar a nadie, y no en la noche porque si llegaba a esa hora nadie le daría importancia, le agrado la idea de llegar en la tarde para que todos la vieran pasar por las calles, y observaran con respeto y temor, su figura.
En ese momento la gente estaba comiendo, terminando de trabajar o descansando, cuando se escucho a la guardia gritando por todos lados la entrada de la enfermedad al pueblo de la buganvilia, lugar de donde eran nativas y las mafias más famosas del continente. También se decía, pero en voz baja para no crear revuelo en la población, que la enfermedad había asesinado a cuatro personas unos días antes de su llegada. Después se escucho dar las siguientes indicaciones: “que los niños y ancianos no salieran nunca de sus casas, ya que eran los primeros por los que la enfermedad iría, que no se saludaran de mano, ni de beso para evitar contagios, que limpiaran bien sus casa, que se lavaran las manos seguido y que evitaran lugares aglomerados”. Se les hacia la exhortación de que si se veía a la enfermedad se le denunciara de inmediato, y que no intentaran capturarla, para así evitar que hubiera muertes innecesarias en el proceso de su exterminio.
La indeseable visita tuvo un gran impacto en el pueblo, que se sostenía principalmente en el comercio. Era un pueblo en el que la mayoría de la gente iba a misa, y que por lo general la gente no era muy limpia. Así, el pueblo era el medio de otros para llegar a la ciudad, ya que, aunque no era una ruta muy segura o rápida, era la que estaba más cercana. Y la única en la que podrías encontrar -sí tenías dinero- hospitalidad. 
No era el pueblo más grande, ni el más hermoso, solo era un pueblo en medio de dos océanos, que tenía mucha más gente que casas y más corrupción que gente, así que, cuando la enfermedad atacó a su primer niño, las autoridades del lugar intentaron capturarla como cualquier indeseable criminal, pero al ver que ella se resistía a ser sobornar a algún policía, se abalanzaron sobre ella para esposarla, pero murieron al momento en que la enfermedad se dejo apresar. La enfermedad atacaba a todos por igual; ricos y pobres. Pero al pasar el tiempo, el pueblo fue comprobando que aunque atacaba niños y viejos, el virus era más y más frecuente entre las personas de quince a cuarenta años, así que se opto por que nadie saliera de sus casas. Las calles estaban vacías, no había servicios más que el de los pagos de impuestos y curanderos. Estos últimos afirmaban tener la cura para la enfermedad, pero que, como era escasa solo se le podría dar a la gente que cumpliera ciertos requisitos, así, los que cumplían eran puestos en una casa donde se les hacían limpias y se les cobraba por golpes con ramas medicinales y pedradas con pómez bautizado, para que así se pudiera limpiar su alma antes que su cuerpo. Claro que, la mayoría de los curanderos murieron por su extensa exposición al virus y los pacientes por extensas hemorragias en su cuerpo provocados por el tratamiento.
En ese momento, cuando ya no quedo ningún remedio, ni esperanza para curar a los enfermos, ni acabar con la enfermedad a la que las bajas no hacían daño y la moral o leyes no tenía ningún significado para ella, un grupo de jóvenes fueron a buscar ayuda a los pueblos vecinos. Mientras tanto, Miguel, el jesuita, que había clausurado la iglesia, veía que la gente seguía necesitando fe, así que a petición de los fieles en los horarios de la misa, el padre se colocaba en la azotea y con la ayuda de un ingeniero, que lo creó un aparato para aumentar el sonido de sus voz, se podía escuchar la misa desde cualquier hogar, y cuando era el momento de comulgar se les indicaba que lo hicieran con el migajón o la tortilla que tuvieran en sus casa, dándoles la sensación de normalidad que tanto se añoraba en ese pueblo maldito. 
Después de unos días, llegaron los jóvenes con unos médicos de la ciudad. Vieron un pueblo con hambre, miseria y tristeza, que estaba siendo atacando por una fuerza descomunal. Al pasar unos días, los médicos determinaron que se trataba de un nuevo virus del que no había cura, cuando se dieron cuenta del peligro en el que se encontraba intentaron huir del lugar; algunos lo logaron, otros fueron detenidos por los jóvenes y obligados a darle esperanzas a ese pueblo; dieron medicamentos, cubre bocas, guantes e inyectándoles soluciones salinas, argumentando que así evitarían el contagio. La gente del lugar se calmo; volvieron a dar la misa como era debido, se volvió a trabajar, a hacer el amor, se abrieron las escuelas y las cantinas, se enterró a los muertos y se dio una gran fiesta ese mismo día, invitando al todo cuando se pudo.
Poco a poco morían; el que comía con ella, bailara o la besara, y como suele suceder, la embriaguez vuelve inconsciente de sus acciones a la gente, y la enfermedad no fue exenta de esto y a pesar de estar pasándola espléndidamente feliz, acabo con todos lo que pudo; al final, no hubo ser vivo, animal o planta en aquella tierra -que se volvió la mas estéril del planeta- que pudiera acompañar en su soledad a la enfermedad. 
Después de un tiempo, los pueblos vecinos haríamos de hacer historias y canciones acerca del suceso, para que se recordase que en donde ahora es el peor de los desiertos, existió un pueblo en el que crecía la buganvilia, se iba a misa y se sobornaba.

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