miércoles, 11 de abril de 2012

In nomine patris



El cura se acercaba a los niños, les pasaba la mano por donde tú ya sabes. A nosotros nos tocó hacer la comunión, desde que mi hermano la hizo nunca mas volvió a ser el mismo. Me da miedo ir, todos hablan mal de padre. “Nunca te quedes solo con él a solas”, “Qué nunca te castiguen, ni te premien” esos son los consejos de mi hermano. Un día cuando él regreso del catecismo le contó a mi madre lo que el cura había hecho, mi madre se rio pero como mi hermano continuaba diciéndole ella le pegó, ese día vi llorar a mi hermano, por primera vez. Mis amigos de la cuadra también saben lo que se dice del cura y creen que es verdad, excepto mi amigo Efraín, quien es monaguillo y dice que el cura es buena persona y que nunca haría algo como eso, nos reímos de él porque según se sabe al padre solo le gustan guapitos; Efraín se calla y hace una mueca.
Entre nosotros hicimos un pacto: “no dejar que el padre nos haga daño”. La mañana del primer día íbamos espantados, pero no paso nada; había gente que conocíamos dando el catecismo, incluso nos regañaron por andar distraídos. Pasaban los días y todo iba bien, a ninguno de nosotros, ni a los demás niños les había pasado algo malo, creímos sentirnos seguros.
Efraín era el mejor de la clase; se sabía el padre nuestro, los diez mandamientos. Jugábamos en el patio de la iglesia; un día se nos ocurrió hacer una misa, Efraín era el cura, yo le hacia de monaguillo, José se quedaba parado y hacía de Cristo, los demás oían la misa, era divertido porque cuando Efraín decía todos tenían que pararse o sentarse, decía algo y los paraba, los paraba, los sentaba muchas veces y rápido. A la hora de comulgar poníamos una bosa de chicharrones y todos se formaban, algunos se volvían a formar, o se lo sacaban de la boca y le ponían salsa Valentina. A todos nos gustaba ese juego. José no se podía mover, así que no le daban chicharrones, por eso nadie quería ser Cristo. Lo mas divertido era hacer de cura porque tenías control de los chicharrones. Pero nuestro juego no nos duró lo suficiente; una anciana, que siempre estaba malhumorada, nos regaño, dijo que lo que hacíamos no estaba bien; le dio de cocos y zapes a José porque hacia de Cristo, todos los demás corrimos, pero la anciana se llevó a José, le dijo que lo llevaría a donde estaba el cura. Todos nos callamos, fuimos sigilosamente a ver donde lo llevaba, en efecto, lo llevo con el cura. Volteé y le dije a mis amigos que esto estaba mal, José era de mis mejores amigos. Pero cómo ayudarlo; el cura cerró las ventanas y la puerta. No se veía nada en el cuarto, la televisión estaba muy fuerte. Tomé valor, la única solución que se me ocurrió en ese momento fue la de aventar a la ventana una piedra, un vidrio se rompió, todos salimos corriendo. El sonido de la televisión salió por aquella abertura. El padre abrió la puerta, caminó hacia fuera, me miró a los ojos, sabía que había sido yo. José salió, se me acercó y los demás lo rodeamos, le preguntamos lo que había pasado, él no contestaba porque estaba comiendo unos dulces que le dio el cura.
Antes de que regresara el próximo domingo al catecismo, oímos que habían arrestado al cura; se había quedado dormido en su carro totalmente desnudo, a su lado había una prostituta muerta. Pero las clases no se interrumpieron; llegó un señor muy mayor y otro; nos dejaban  jugar mas, estábamos menos tiempo en la iglesia, y ellos daban la clase junto con un tutor nuestro. Al final todo salió como lo planeamos, hicimos nuestra comunión.
Me incomoda que mi hermano no se sienta a gusto en la iglesia, me da tristeza, yo pasé buenos momentos ahí, nunca sonríe en ella, va porque se lo exige mi mama, de vez en cuando aun lo oigo llorar. De vez en cuando no come, le pide de rodillas a su madre que le crea, yo lo abrazo y él a mi, quisiera poder jugar un día con él a la misa, yo haría de cura y el de Cristo. 

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