jueves, 24 de mayo de 2012

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miércoles, 11 de abril de 2012

In nomine patris



El cura se acercaba a los niños, les pasaba la mano por donde tú ya sabes. A nosotros nos tocó hacer la comunión, desde que mi hermano la hizo nunca mas volvió a ser el mismo. Me da miedo ir, todos hablan mal de padre. “Nunca te quedes solo con él a solas”, “Qué nunca te castiguen, ni te premien” esos son los consejos de mi hermano. Un día cuando él regreso del catecismo le contó a mi madre lo que el cura había hecho, mi madre se rio pero como mi hermano continuaba diciéndole ella le pegó, ese día vi llorar a mi hermano, por primera vez. Mis amigos de la cuadra también saben lo que se dice del cura y creen que es verdad, excepto mi amigo Efraín, quien es monaguillo y dice que el cura es buena persona y que nunca haría algo como eso, nos reímos de él porque según se sabe al padre solo le gustan guapitos; Efraín se calla y hace una mueca.
Entre nosotros hicimos un pacto: “no dejar que el padre nos haga daño”. La mañana del primer día íbamos espantados, pero no paso nada; había gente que conocíamos dando el catecismo, incluso nos regañaron por andar distraídos. Pasaban los días y todo iba bien, a ninguno de nosotros, ni a los demás niños les había pasado algo malo, creímos sentirnos seguros.
Efraín era el mejor de la clase; se sabía el padre nuestro, los diez mandamientos. Jugábamos en el patio de la iglesia; un día se nos ocurrió hacer una misa, Efraín era el cura, yo le hacia de monaguillo, José se quedaba parado y hacía de Cristo, los demás oían la misa, era divertido porque cuando Efraín decía todos tenían que pararse o sentarse, decía algo y los paraba, los paraba, los sentaba muchas veces y rápido. A la hora de comulgar poníamos una bosa de chicharrones y todos se formaban, algunos se volvían a formar, o se lo sacaban de la boca y le ponían salsa Valentina. A todos nos gustaba ese juego. José no se podía mover, así que no le daban chicharrones, por eso nadie quería ser Cristo. Lo mas divertido era hacer de cura porque tenías control de los chicharrones. Pero nuestro juego no nos duró lo suficiente; una anciana, que siempre estaba malhumorada, nos regaño, dijo que lo que hacíamos no estaba bien; le dio de cocos y zapes a José porque hacia de Cristo, todos los demás corrimos, pero la anciana se llevó a José, le dijo que lo llevaría a donde estaba el cura. Todos nos callamos, fuimos sigilosamente a ver donde lo llevaba, en efecto, lo llevo con el cura. Volteé y le dije a mis amigos que esto estaba mal, José era de mis mejores amigos. Pero cómo ayudarlo; el cura cerró las ventanas y la puerta. No se veía nada en el cuarto, la televisión estaba muy fuerte. Tomé valor, la única solución que se me ocurrió en ese momento fue la de aventar a la ventana una piedra, un vidrio se rompió, todos salimos corriendo. El sonido de la televisión salió por aquella abertura. El padre abrió la puerta, caminó hacia fuera, me miró a los ojos, sabía que había sido yo. José salió, se me acercó y los demás lo rodeamos, le preguntamos lo que había pasado, él no contestaba porque estaba comiendo unos dulces que le dio el cura.
Antes de que regresara el próximo domingo al catecismo, oímos que habían arrestado al cura; se había quedado dormido en su carro totalmente desnudo, a su lado había una prostituta muerta. Pero las clases no se interrumpieron; llegó un señor muy mayor y otro; nos dejaban  jugar mas, estábamos menos tiempo en la iglesia, y ellos daban la clase junto con un tutor nuestro. Al final todo salió como lo planeamos, hicimos nuestra comunión.
Me incomoda que mi hermano no se sienta a gusto en la iglesia, me da tristeza, yo pasé buenos momentos ahí, nunca sonríe en ella, va porque se lo exige mi mama, de vez en cuando aun lo oigo llorar. De vez en cuando no come, le pide de rodillas a su madre que le crea, yo lo abrazo y él a mi, quisiera poder jugar un día con él a la misa, yo haría de cura y el de Cristo. 

When the music is over


La música sonaba alto, todos se sentían cómodos. La cerveza se regaba por el lugar, había de sobra, todo era hermoso, las mujeres también, se contoneaban de un lado a otro, sus rostros pálidos, estirados, limpios, puros, excitados. El cuarto era pequeño, casi no se podían ver sus dimensiones, el humo llenaba la habitación. Yo me sentía sin piso, como cayendo todo el tiempo, apaciguado y feliz, las bromas eran mas graciosas que antes. La cantidad de personas no pasaban mas arriba de las cien, pero no podías volver a ver a alguien, si querías hablar con alguien, tenías que correr y tomarlo, no dejarlo huir. Yo intenté pescar a una chica toda la noche; de cabellos largos y rojos, de sonrisa tenue y de ojos redondos, fina, no muy alta, la había visto en dos ocasiones; la primera le había sonreído, pero al acercarme una avalancha de hombres se me puso enfrente esperando algo de mí, les di un cigarro y continuaron su camino. La segunda; yo salía de baño, y ella estaba enfrente de mí, se servía algo del refrigerador, se encontraba con sus amigas, quienes carcajeaban y hablaban lo mas alto posible, pero no me daban miedo, me acerqué y una de ellas me hizo platica, la chica que buscaba aún estaba distraída con el contenido del refrigerador, ya la tenía en la mira, así que seguí platicando, eta muchacha era mas exuberante; una morena de proporciones suspirantes –si saben a lo que me refiero- hablaba sobre si me gustaba su ropa, se acercaba y me acariciaba, le hablaba pero no coqueteaba, la chica de los cabellos rojos volteó y nos sirvió un trago, le di las gracias, pero escapo a algún lugar mientras su amiga me robaba un beso. La aleje y giré sobre mi mismo, no estaba ella. La música sonaba fuerte. No la había visto, las horas pasaban, me quede esperando en la puerta de la entrada, pero ella no aparecía. Muchos hablaban de la escuela, de teorías, de proyectos, hacían bromas, besan a otros, besaban a otras, algunos ni se conocían, pero no era de extrañarse; los mas abusados para esto de la carne eran los que estudiaban medicina, lo que les caía era perfecto para ellos, a los poetas los dejaban en la lona, no había como competirles, pero hacían la lucha, “hablan demasiado” dicen las mujeres. El alcohol continuaba sin acabarse y la fiesta continuaba sin quejas. Una mujer se acercó a un hombre que estaba frente a mí, le dijo algo al oído y fueron a uno de los cuartos. Desistí de esperarla, me entretuve en una conversación sobre cine. La música fue cambiada varías veces, un alma noble y sabia puso un disco conocido por todos, empezaba una guitarra, largo rato, y todos callamos, algunos se sentaron; un pandero nos indicaba la voz, la voz de Jim Morrison habiéndole el amor a la habitación, todos dejándose acariciar por él. Muchos cerraron sus ojos, unas nenas se pararon y en medio empezaron a bailar, de entre ellas salió mi chica; bailaba y tocaba a su amiga, la besaba y la volvía a tocar, era de lo más exótico que se había visto en toda la noche. Ella me miraba, y yo a ella, nos sonreíamos, la música continuaba, nos acercamos como si no hubiera nadie en esa habitación, me besó, su beso era fuerte como un golpe, pero sabía bien, sabía a dolor, nostalgia, poder y alegría. Su cuerpo era cálido, como cuando me lo imagine, pero mejor. La besaba como si la hubiera conocido desde siempre, me tocó como si no hubiera tiempo, la noche no acababa y no acabaría nunca. La música continuaba, nadie escuchaba la voz de Morrison con atención. Yo ponía mi mano en su rostro, me dijo que no había peligro, que éramos eternos y le creí, yo le dije que no tenía nombre, la música era más tenue. Le mostré el cuarto y me siguió, todo fue de una velocidad lenta a rápida, cambiante en un segundo, la besé, y le acaricié el cuerpo, ella era un animal y yo la intentaba domarlo, era mas fuerte que yo, era una batalla pareja, y ella ganó al final. Pero continuamos; sonaba un teclado y una batería; ella apago la luz, y yo la besé, cada beso era nuevo, todo lo olvidé; mi nombre, el suyo, el trabajo al que tenía que llegar, la vida, la pensión, la familia, mis pasiones, porque la tenía a ella y ella me llenaba el estomago y yo a ella, nos acariciábamos y era como si un vagabundo comiera en un restaurant cinco estrellas, incluso la comida le sabría mala, porque es demasiado buena. Dios nos escuchaba porque estábamos rezando y le rezábamos para sobrevivir al final del día, rezábamos como lo hacían Adán y Eva en el paraíso. Pero nada era tan fácil, porque no eras tan fuerte y nos separamos, ella me dio un último beso y salió a la fiesta, fui corriendo pero al abrir no había ella. Sentí que la habitación estaba vacía, pero estaba hastiada. Me mareé por un momento, no me sentía bien, y me dieron algo que no reconocí, sentía los colores, veía los olores, no se puede describir, solo sé que así era, y todo volvía a ser eterno, yo empezaba en la puerta del departamento y terminaba en Siberia, en China, en la matanza de Tlatelolco,  en los palacios aztecas y mayas, pero no entendía porque me identificaba con las ruinas, con los países subdesarrollados, con los crímenes de guerra, estaba en la puerta y la luz se había acabado. La mitad de la gente olía a calor, nunca estaban solos, y yo la quería encontrar, ciegamente fui hacia un punto y creí encontrarla, era diferente pero era ella, la música sonaba más fuerte, más rápida, todo era un suspiro. Ella se inclinó y me hizo el amor, cuando me di cuenta estaba abrazando a mi destino, a la perfección, a una diosa a la que le rezaba y sacrificaba primogénitos. La música era afortunada de tenerme, yo a ella. Hasta que acabo, y la luz se vino y yo también. Nos sorprendimos, algunos eran diferentes, yo también y ella más que yo, porque ella no era pelirroja, ella era morena y exuberante. Una lluvia se oyó, la fiesta había acabado, la luz permitía ver los crímenes que se habían cometido en la habitación, la mas cruel de todas las orgías, pero nadie hizo bulla, nadie se quejo, muchos se iban orgullosos, otros solo un poco apenados. La pelirroja me hizo una señal con el dedo y me acerqué, me besó de nuevo y me dio un rodillazo en mis testículos, si, la fiesta había acabado. 

Solo con ella vivo la felicidad


Ella caminaba por la calle saliendo del metro Tepito. Tepito no me gusta; tiene un aire como cruel, como sucio, la gente te ve; trata de reconocerte, todos están espantados, yo también. Pero ella iba sin miedo, parecía que conocía el lugar, yo me le acerque, le pregunté su nombre, ella abrió los ojos, me sonrío, dijo su nombre –del cual ya ni acuerdo, tal vez sea “Mary”, no lo sé-, el asunto a tratar es que ella me tomó de la mano y me dirigió a un lugar y mientras eso pasaba me hablaba sobre quién era ella, a qué se dedicaba, y a dónde iba; me quedé impresionado, yo le respondí las mismas preguntas, ambos nos vimos como personas diferentes, no nos reconocimos en nada, pero nuestros ojos no dejaban de mirarse, y nuestras sonrisas de inquietarnos. Llegamos a donde ella quería, pero antes me detuvo y dijo:
-aquí te me quedas, en un momento salgo-.
-Si, está bien- le respondí. En ese momento se dirigía a una casa, afuera había como seis hombres, todos rapados y oliendo a tiner. Yo sabía que iba por droga.
Mi cara era de asombro, todo era normal; la gente los reconocía, veía en ellos familiares, amigos de la infancia, amores inconclusos. Por su parte ellos veían conocidos; gente a la que se debe de cuidar, de la cual confiar. Por otro lado la miseria; dos niños sucios totalmente desorientados hacían cola para entrar en la casa, rostros tristes sin ánimo y sin pasión. Pensaba en irme pero algo me contuvo; la esperé, ella me no me dejaba irme, nadie me detenía, podía irme si quería. Ella salió, traía un rostro gracioso, risueño, incluso coqueto y sin futuro; si uno la viera creería algo diferente, creería que es de buena familia, que se sabe vestir, que es guapa, pero creo que solo era la apariencia.
-¿Quieres un poco?- me preguntó.
-No, estoy bien, gracias. Qué linda eres- le dije mientras la llevaba del brazo hacía donde ella caminaba. Yo creí que estaba desorientada, pero no era así, nos dirigíamos al metro Garibaldi, caía de vez en vez, y yo la levantaba.
La gente nos miraba, no era usual un show como el que dábamos; dos guapos jóvenes atraídos el uno con el otro, encontrados en mundos diferentes, la gente nos veía y sabía que las posibilidades eran infinitas; ella drogada, andando de mi mano, hablándome al oído, yo consintiéndola, sorprendiéndola, comprándole lo que quería, ella se sonrojaba y aceptaba los regalos.
-Me enseñaras a nadar, yo no sé nadar, me dijiste que tú sabías. Yo no sé nada, terminé la secundaría y me salí. Mi hermano está en la secundaría, se llama Diego. No lo he visto desde hace… no sé… tres años, mas o menos. Y tú, ¿tienes hermanos?- Me dijo ella, me detuvo, y me miró a los ojos.
-Si, tengo dos. Pero son de otro padre, me crie con ellos, son como mis hermanos-.
-Tú eres lo que hace falta, un chico lindo y tierno, soy mayor que tú, y parezco más grande. Te llevo, ¿Cuánto habíamos dicho?-
-Solo tres años, pero no te fijes. Eres muy guapa. Dame tu número…-
Ella cayó por tercera vez, era tiempo de crucificarla; habíamos llegado al metro, que no era Garibaldi sino Morelos. Me acerqué a la taquilla compré muchos boletos y todos se los di. Ella me dio un beso, sabía fuerte, a toxico y a muerte.
-No te daré mi número, te doy mi dirección, las vecinas no me quieren pero no pasa nada, a ti no te harán daño- me dijo mientras entraba al metro y me dejaba ahí.
-¡Espera! Dame un boleto, no puedo entrar- le grité
-Adiós, hasta luego-
Me quedé ahí, la vi subir las escaleras, tambaleándose y sudando, era mejor así, para qué esforzarse, nunca tendríamos la oportunidad de algo. Di la vuelta, alcé mi brazo y tomé un taxi. No he ido a Tepito desde aquella vez, tal vez regresé, pero no espero nada bueno de mi visita, ni lo esperaré. 

martes, 10 de abril de 2012

Ojo de agua.


...todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto..”
-Octavio Paz, “Piedra de sol”

Los señores van con los caballos, las señoras caminando llevan a sus espaldas a sus bebes y los niños les ayudan a cargar la comida. Un bosque de pinos no es lugar para sauces, no los dejan vivir porque son muy grandes, el sauce necesita sol, y los envidiosos pinos no dejarán que ninguno de ellos se vean por la región, pero a nadie le importa, ni a los niños que juegan en el río, ni a las mujeres que empiezan a hacer fogatas, los hombres han desaparecido, de vez en cuando se oyen ruidos; ramas que se cortan, pasos de caballos, voces de hombres, hasta que aparecen la vaca corriendo cruzando el río, rompiendo la luz del sol, espantando a los niños y siendo lazado por los hombres a caballo. Todo pasa rápido; la escena se ve apacible, sencilla y humilde, pero las manos de los jinetes sangran, los pies de las mujeres duelen, los rostros de los niños son sucios y los bebes lloran, parece sencillo, pero no lo es. Por qué no hay jóvenes, por qué las señoritas no aparecen ayudando a sus madres, porque están ocupados, pero en qué, nadie responde. La escena sigue; toman a la vaca por la patas y lo suben a un árbol, cuando ya esta bien arriba y de cabeza un cuchillo le quita la vida atacándole la yugular; la sangre le sale, le ponen vasos en su salida de sangre, los hombres la beben, algunas mujeres se acercan y beben, guardan lo que no se toma porque de ahí hará “la moronga”. La piel de la vaca es sacada con un cuchillo afilado, otro señor empieza a cortar pedazos de carne y al terminar se lo da a su mujer, ella a su vez lo pone en el fuego y le pone sal. Las demás mujeres preparan tortillas y verduras para la carne. Los niños quieren ver a la vaca, la tocan, los adultos le sacan el corazón y se lo muestran a los niños. Un poco de sangre cae al rió pero solo un poco, esta sangre baja por él, choca con las rocas, una y otra vez, todo el tiempo, y el río se limpia, solo un poco de sangre quedara prendida en la piel de la joven, que junto con otros jóvenes disfrutan del río; en esa parte del río no hay adultos, no hay niños, ni comida, ni vacas, solo unas pocas cervezas, que están ubicadas dentro del río para que no se enfríen. Los jóvenes tratan de bañarse y jugar con ellas, con las mujercillas de cuerpo cambiante, pero ellas se resisten, tienen todo que perder, ellos las miran y se señalan, se escogen, se hablan, no hay individuos, hay orgías; de olores, de pensamientos, de palabras, pero falta el cuerpo. El ritual es simple: vas al río, entras como a la mitad, una chica se acerca, platican y si lo convienen irán fuera del río y harán el amor en otra parte. Algunos ya lo han logrado, son torpes, pero lo compensan con fuerza y calor. Pero el río continua, el olor de la excitación va sobre él, llega a un lugar apartado, lejos de de la gente, un hombre extraño le toma un segundo acercarse al agua y beber de él, le supo deliciosa, después de trabajar era lo mejor del día, él trabaja en el aserradero y hoy se encuentra solo, caminando a un lado de río, la noticia le ha llegado; su madre murió en la mañana y se pregunta si tal vez sea posible cambiar su vida. Pero el río continua, llega a una laguna, en ese lugar hay yates, veleros, lanchas y kayaks, es lo mas cercano a nadar con dinero, pero nadie nada en la laguna, solo se asolean los cuerpos perfectos y bien nutridos de los turistas paseantes. Pero el agua no se contiene ahí, una tubería la dirige lejos, muy lejos, llega a un lugar en donde es tratada y se la envían a toda una ciudad, la gente de esa ciudad distribuye perfectamente sus recursos; lava su ropa, lava su carro, lava su cuerpo, su patio, todo lava, todo está limpio. En la mañana, un barrendero tiene una porción de agua para limpiar el zócalo de la capital de México, la utiliza con maestría, pone una gota, gotas exactas, de arriba hacia abajo, una botella de seiscientos mililitros le alcanza, todo es para él un arte, de lado a lado, de arriba a bajo, su obra terminada es espectacular, terminada parece como si la noche anterior hubiera llovido, pero llovido bien, bonito; su obra terminada hace parecer escuálidas las calles de la capital, mas escuálidas de lo acostumbrado, la gente respeta su obra, la admiran. Las calles, la calle, su calle, sus calles, todas se callan en un segundo y miran al barrendero, ellos no se quedan atrás, no se quieren quedar atrás; los vendedores salen con sus escobas, raspan y raspan, gastan y gastan, ese privilegio de tener en las manos el agua, lo enjabonan, lo ensucian, para que todo quede limpio, no aprenden, no aprenden, después de haberlo visto todos días; solo una botella se necesita. La plancha del Zócalo es humilde, en cambio el ostentoso palacio de Bellas Artes se bambolea y le recrimina, se gastan mas de una cubeta, mas de un río todos días, pero vale la pena, es hermoso. El agua del río aquel, ha viajado como nunca, se diversifica, se transforma, termina siendo receptor de lo indeseable; la mierda de la gente de toda la ciudad, la tercera más poblada del mundo, pero vale la pena, es hermosa, incluso si solo es un momento, un día soleado bien plantado mas... mas... bailarín, porque baila con nosotros cuando jugamos y nos mojamos en las fuentes cercanas al Monumento a la Revolución cuando nos escapamos de escuela, cuando lo miro más, como nunca había visto a nadie, sus risos caen con el peso del agua, su ropa se le pega al cuerpo y su fornido cuerpo aparece, él me toma y me besa, me sonrojo, un chorro de agua nos golpea y reímos, le tomo los cabellos, me excito, es mas bello que yo; una anciana que pasa por ahí nos ve, le repugnamos y nos reímos de ella, en ese momento me acuerdo de cuando me mojé pero no con él, cuando nos mojaron con otro río, cuando fuimos al centro de Coyoacán; estábamos en el mercado de artesanías, exactamente en la parte trasera, ahí hay unas escaleras; estábamos juntos, ella me dejaba tocarle sus senos, pero yo no lo hacía, la dejaba bailotear y excitarse, me reía por dentro, pensándolo bien eso ya no importa, esa es otra historia, eso es materia de otro río, de un río como otro, como cualquiera, no como el mío; el de hoy proviene de la tierra, nace hoy, muere hoy, el agua de mi río es del manantial; puro, simple y cor rompible. Aunque sea la primera o la tercera o cuarta vez -no importa-, que alguien halla puesto su piel en mi agua. 

El pajaro y el chanate, una canción sin música


Había temblado, la presa se había roto y la inundación se volvió inminente, todos lloraron un poco, algunas casas se fueron con el río y el pueblo quedó incomunicado; lo rodeaban ríos de corriente inverosímil, tan fuertes como para llevarse rocas y con olas del tamaño de un hombre. La lluvia caía y acrecentaba los ríos, era Septiembre. La mayoría se había refugiado en la iglesia, que era de un tamaño descomunal, muy hermosa y barroca, algunos extranjeros se habían refugiado con la gente local; el pueblo había sido nombrado “pueblo mágico” y el gobierno fomento su visita, había atraído por su iglesia y sus casas de teja. Los lugareños estuvieron a favor de que se visitara el pueblo, todo se empezó con visitas esporádicas, pero periódicamente llegaban más y más gentes de diferentes lugares, se pusieron posadas y hoteles, la gente de los pueblos cercanos venían a vender papas y helados, después cervezas y bebidas, se crearon restaurantes y tours guiados por la región, pero todo se veía olvidado, el centro que en otro tiempo relucía ahora estaba partido en dos, la iglesia un poco alejada aun se veía imponente. El cura intentaba ver cuales eran los heridos, llamaba para ver que todas las comunicaciones estaban muertas, juntó a toda la gente y les pidió reunir todos los vivieres y alojarse en la iglesia. La gente del pueblo se había vuelto triste, hacían lo que decía el cura, todos se alojaron en la iglesia, llegaron los pobres, los ricos, los extranjeros y los de los partidos políticos, quienes acababan de llegar al pueblo, iban en crecimiento, aunque el “Partido Revolucionario Institucional” ya estaba desde hace mucho instalado. Al principio el cura era la voz del pueblo, pero la situación se agraviaba cada vez mas, eran tiempos electorales, difíciles y las voluntades estaban atadas; los del “Partido Revolucionario Institucional” decidieron hacerse cargo de la situación, pero la oposición tanto el “Partido Acción Nacional” y el “Partido de la Revolución Democrática” tenían diferentes soluciones; El “Partido Acción Nacional” decidió que el cura lo estaba haciendo muy bien y junto a su líder local lograrían sacar los pueblerinos del problema, por otra parte el “Partido de la Revolución Democrática” analizaba la solución y un poco ingenuo pensaba que no había que dirigir nada, ni luchar, solo se necesitaba conservar la calma para que trabajando juntos se saliera adelante, por lógica nadie los escuchó. La iglesia, que es rectangular, tiene cuatro esquinas, si uno entrara vería de frente a los del “Partido Acción Nacional” abajo del cristo y conversando con el cura,  en la esquina derecha a los de “Partido Revolucionario Institucional” conversando con los extranjeros y con mucha gente que los escuchándolos hablar, en la esquina opuesta, la del lado izquierdo, el “Partido de la Revolución Democrática” quienes compartían algunos seguidores con los otros dos; era gracioso por que unos iban y venían, indecisos. La posibilidad de otra opción, de otro líder,  era imposible, incluso un poco más problemática, hubo alguno que lo intentó pero fue derrocado sin apuro, quedando como el loco del pueblo. Nadie quería resolver nada sin antes tener la aprobación de todos, seguía lloviendo y los días pasaban, las guarniciones escaseaban, algunos no habían salido de la iglesia, simplemente oían el goteo incesante de la lluvia y se hacían una idea de que el problema continuaba. La gente continuaba su vida, platicaba y amistaba, eso era como mejor funcionaba la situación, pero de vez en cuando uno se levantaba y exigía derechos o criticaba los demás, los demás lo tachaban de loco, pero la lucha continuaba porque todos se defendían; el “Partido Revolucionario Institucional” era el que tenía al presidente municipal, le echaban en cara que la presa se hubiera roto, pero ellos se defendían; decían que no involucraba a él, el único que tenía la culpa era el gobernador que era del “Partido Acción Nacional”, en ese momento era cuando el “Partido de la Revolución Democrática” salía de su sepulcro y asustaba a todos, ellos tenían el beneficio de la duda, ellos todavía no tenían cuero del cual jalarle, bueno, no mucho. La iglesia empezaba a gotear y un helicóptero se oía a lo lejos.  Todos corrieron fuera de la iglesia, pero al abrir las puertas el agua estaba enfrente de ellos y del pueblo solo quedaba la iglesia, el agua subía y subía, los cimientos de la iglesia estaban débiles y crujían, todos corrían de un lado a otro, todos se prepararon para lo peor y tomaron las bancas de la iglesia, no se sabía quien, pero alguien, bajó el cristo y esperó el río. Goteaba y goteaba, el techo caía a pedazos, todos corrían y lloraban, la campana le cayo al cura, seguía vivo pero nadie pudo levantarla, los niños se subían a la madera, los padres los veían fijamente a los ojos, una ola movía la iglesia entera y todos se fueron cayendo, toda la iglesia hablaba y se deshacía, los niños avanzaron en la maderas y cayeron a un precipicio. Los adultos se miraron unos segundos antes de ser arrastrados, caían con fuerza, no se encontraron los cuerpos, solo el del cura que quedo debajo de la campana.